Poesía culta y poesía popular en la Edad Media






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Romancero y lírica tradicional: poemas, poemas, poemas



 



 
Nada para conocer bien una corriente literaria como leer sus textos... Así que aquí tenéis algunos de los más célebres versos que nos dejaron el Romancero Viejo y la Lírica Tradicional:

En primer lugar, aquí os dejo una selección de villancicos, es decir, las canciones cotidianas que cantaban los castellanos del siglo XV: teneis de todo: canciones de amor, albas, mayas, ecos de una malmaridada (aunque en realidad fuera escrita por el poeta Gil Vicente imitando el estilo de la lírica tradicional), algunos ecos de canciones de cosecha... Todas con su estribillo, como era característico de las canciones populares de entonces... y de casi todas las que vinieron después hasta nuestros días. 

 


Entra mayo y sale abril:
¡tan garridico le vi venir!

Entra mayo con sus flores,
sale abril con sus amores,
y los dulces amadores
comiencen a bien servir.

******

Tres morillas me enamoran
en Jaén,
Axa y Fátima y Marién.

Tres morillas tan garridas
iban a coger olivas,
y hallábanlas cogidas
en Jaén,
Axa y Fátima y Marién.

Y hallábanlas cogidas,
y tornaban desmaídas
y las colores perdidas
en Jaén,
Axa y Fátima y Marién.

Tres moricas tan lozanas,
tres moricas tan lozanas,
iban a coger manzanas
a Jaén,
Axa y Fátima y Marién.

******




Luna que reluces,
toda la noche alumbres.

Ay, Luna que reluces,
blanca y plateada,
toda la noche alumbres
a mi linda enamorada!

Amada que reluces,
toda la noche alumbres.

******

Si la noche se hace escura
y tan corto es el camino,
¿cómo no venís, amigo?

La media noche es pasada
y el que me pena no viene:
mi desdicha lo detiene,
¡qué nascí tan desdichada!
Háceme venir penada
y muéstraseme enemigo.
¿Como no venís, amigo?

******

Ya florecen los árboles, Juan:
¡mala seré de guardar!

Ya florecen los almendros
y los amores en ellos, Juan,
mala seré de guardar.
Ya florecen los árboles, Juan:
¡mala seré de guardar

******

Dícenme que el amor no fiere,
mas a mí muerto me tiene.

Dícenme que el amor no fiere,
ni con fierro ni con palo,
mas a mí muerto me tiene,
la que traigo de la mano.

Dícenme que el amor no fiere,
ni con palo ni con fierro,
mas a mí muerto me tiene
la que traigo de este dedo.

******

Dicen que me case yo:
no quiero marido, no.

Mas quiero vivir segura
nesta sierra a mi soltura,
que no estar en ventura
si casaré bien o no.

Dicen que me case yo:
no quiero marido, no.

Madre, no seré casada
por no ver vida cansada,
o quizá mal empleada
la gracia que Dios me dio.

Dicen que me case yo:
no quiero marido, no.

No será ni es nacido
tal para ser mi marido;
y pues que tengo sabido
que la flor yo me la só.

Dicen que me case yo:
no quiero marido, no

                                                   (Gil Vicente )
******

Ya cantan los gallos
amor mío y vete;
cata que amanece.

Vete, alma mía,
más tarde no esperes,
no descubra el día
los nuestros placeres.
Cata que los gallos,
según me parece,
dicen que amanece.

Ya cantan los gallos
amor mío y vete;
cata que amanece.

******

Y os dejo también unos cuantos romances imprescindibles, que siguen conectando con la sensibilidad de lectores actuales, por su simbolismo,  y por su capacidad de sugerir y de espolear a la imaginación para que eche a volar. De muchos tenéis además alguna versión musical:




  • El Romance del Conde Olinos, del que tenemos multitud de variantes (como es frecuente y lógico cuando las obras se transmiten boca a boca y cuando se conservan en algo tan frágil y travieso como la memoria). Aquí os dejo la que tiene final más o menos feliz (que circuló también con el Conde Olinos convertido en Conde Niño bajo el acertado título de "Romance del amor más poderoso que la muerte"), pero hay otras en las que el romance termina con la muerte de los amantes... y punto. Seguro que reconocéis algunos elementos de cuentos infantiles y de otras leyendas que circulan por ahí...







Madrugaba el conde Olinos
mañanita de San Juan,
a dar agua a su caballo
a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe
canta un hermoso cantar;
las aves que iban volando
se paraban a escuchar:
Bebe, mi caballo, bebe,
Dios te me libre del mal:
de los vientos de la tierra
y de las furias del mar.
De altas torres del palacio,
la reina le oyó cantar:
-Mira, hija, cómo canta
la sirena de la mar.
-No es la sirenita, madre,
que ésta tiene otro cantar;
es la voz del conde Olinos
que por mis amores va.
-Si es la voz del conde Olinos,
yo le mandaré matar,
que para casar contigo,
le falta sangre real.
Guardias mandaba la reina
al conde Olinos buscar:
que le maten a lanzadas
y echen su cuerpo a la mar.
La infantina, con gran pena,
no cesaba de llorar;
él murió a la medianoche
y ella a los gallos cantar.
a ella como hija de reyes
la entierran en el altar,
a él como hijo de condes
unos pasos más atrás.
De ella nació un rosal blanco,
dél nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro
los dos se van a juntar;
las ramitas que se alcanzan
fuertes abrazos se dan,
y las que no se alcanzaban
no dejan de suspirar.
La reina, llena de envidia,
ambos los mandó cortar;
el galán que los cortaba
no cesaba de llorar.
De ella naciera una garza,
de él un fuerte gavilán,
juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan par a par.







  • El Romance de Doña Alda, un romance literario que toma su argumento de la épica francesa surgida alrededor de la figura de Rolán, el caballero de Carlomagno que pereció en Roncesvalles al intentar llegar a la Península para conquistarla (y al que se le dedicó un poema épico en francés titulado "Roncesvalles"). Doña Alda era su esposa, que se quedó esperándole en París y que segun la leyenda tuvo algún sueño premonitorio que la avisaría de la muerte de su esposo antes de que llegaran las fatales noticias (las comunicaciones en aquella época podían hacer que alguien tardara días o semanas en conocer incluso noticias tan graves como aquella).



En París está doña Alda,
la esposa de don Roldán,
trescientas damas con ella
para la acompañar;
todas visten un vestido,
todas calzan un calzar,
todas comen a una mesa,
todas comían de un pan,
sino era doña Alda,
que era la mayoral.
Las ciento hilaban oro,
las ciento tejen cendal,
las ciento instrumentos tañen
para doña Alda holgar.
Al son de los instrumentos
doña Alda dormido se ha;
esoñando había un sueño,
un sueño de gran pesar.
Recordó despavorida
y con un pavor muy gran;
los gritos daba tan grandes
que se oían en la ciudad.
Allí hablaron sus doncellas,
bien oiréis lo que dirán:
-¿Qué es aquesto, mi señora?
¿Quién es el que os hizo mal?
-Un sueño soñé, doncellas,
que me ha dado gran pesar:
que me veía en un monte
en un desierto lugar:
do so los montes muy altos,
un azor vide volar,
tras d'él viene un aguililla
que lo ahínca muy mal;
el azor con grande cuita,
metióse so mi brial:
el águililla con grande ira,
de allí lo iba a sacar.
Con las uñas lo despluma,
con el pico lo deshace.-
Allí habló su camarera,
bien oiréis lo que dirá:
-Aquese sueño, señora,
bien os lo entiendo soltar:
el azor es vuestro esposo,
que viene de allén la mar;
el águila sodes vos,
con la cual ha de casar,
y aquel monte es la iglesia
donde os han de velar.
-Si así es, mi camarera,
bien te lo entiendo pagar.-
Otro día de mañana
cartas de fuera le traen;
tintas venían de dentro,
de fuera escritas con sangre:
que su Roldán era muerto
en caza de Roncesvalles

 
  • El Romance del Enamorado y la Muerte, uno de los más populares (y para mí, de los más bonitos), que cuenta una trágica historia de amor: un joven enamorado, al que la Muerte personificada (ya veis cuantísimo le gustaba a los medievales esto de personificar a la muerte) viene a buscar dándole solo un plazo de una hora que él invertirá, por supuesto, en intentar ver a su amada por última vez...




Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores
que en mis brazos la tenía.
Vi entrar señora tan blanca
muy más que la nieve fría.
- ¿Por dónde has entrado amor?
¿Cómo has entrado mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
- No soy el amor, amante:
la Muerte que Dios te envía.
- ¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
- Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.
Muy de prisa se calzaba,
más de prisa se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
- ¡Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta niña!
- ¿Como te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.
- Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti vida sería.
- Vete bajo la ventana
donde ladraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
- Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida.


Y además... 









 
El Romance del Prisionero, también famosísimo, en el que el protagonista, más allá de la tenue historia concreta que se sugiere en el poema, se convierte en símbolo de todo aquel que sabe que a su alrededor hay alegría, amor y felicidad, pero que él, por cualquier motivo, se ve condenado a la soledad absoluta de no poder disfrutar de ello. Un tema que, por desgracia, nunca ha dejado de tener vigencia. 



Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
¡déle Dios mal galardón!

Y además...




 


El Romance de la Jura de Santa Gadea, romance literario (concretamente basado en la figura del Cid, gran protagonista de la épica castellana) que recoge un momento que se cree que históricamente no sucedió, que no sabemos si el Cantar lo recogía (os recuerdo que nos falta el principio del manuscrito del cantar de gesta) pero que circuló abundantemente durante toda la Edad Media: el momento en que Rodrígo Díaz de Vivar obliga a su rey, Alfonso VI, a jurar, delante de toda la corte, que no había tenido nada que ver con la muerte de su hermano, el rey de Castilla Sancho II y antiguo señor del Cid. Fijaos que poco queda ya del héroe "mesurado" y respetuoso, incluso en la injusticia, del siglo XII: el Cid aparece ahora como un rebelde arrogante que niega al rey obediencia y respeto. ¡Algo impensable en el Cantar! Pero es que más de tres siglos habían cambiado mucho lo que el pueblo esperaba de sus héroes.


 



En santa Gadea de Burgos,
do juran los hijosdalgo,
allí le toma la jura
el Cid al rey castellano.
Las juras eran tan fuertes
que al buen rey ponen espanto;
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo:
Villanos mátente, Alfonso,
villanos, que no hidalgos,
de las Asturias de Oviedo,
que no sean Castellanos;
mátente con aguijadas,
no con lanzas ni con dardos;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
capas traigan aguaderas,
no de contray ni frisado;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
vengan cabalgando en burras,
que no en mulas ni en caballos;
frenos traigan de cordel,
que no cueros fogueados.
Mátente por las aradas,
que no en villas ni en poblado;
sáquente el corazón vivo
por el siniestro costado;
si no dijeres la verdad
de lo que eres preguntando,
si fuiste ni consentiste
en la muerte de tu hermano.—


Jurado había el rey
que en tal nunca se ha hallado,
pero allí hablara el rey
malamente y enojado:
Muy mal me conjuras, Cid,
Cid, muy mal me has conjurado;
mas hoy me tomas la jura,
luego besarme has la mano.
Por besar mano de rey
no me tengo por honrado,
porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.
Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no vengas más a ellas
desde este día en un año.
Pláceme, dijo el buen Cid,
pláceme, dijo, de grado,
tú me destierras por uno,
yo me destierro por cuatro.—
Ya se parte el buen Cid,
sin al rey besar la mano,
con trescientos caballeros,
todos eran hijosdalgo,
todos son hombres mancebos,
ninguno no había cano;
todos llevan lanza en puño
y el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas,
con borlas de colorado;
mas no le faltó al buen Cid
adonde asentar su campo.

Y además... 






El Romance del Infante Arnaldos, basado también ( pero en este caso más remotamente), en la figura de Rolán (fijaos lo que la tradición oral hizo con el nombre de Rolán: lo encontramos como Roland, Ronald, Ronaldo, Orlando, Arnal o Arnaldos, como aquí), aunque contando una anécdota novelesca (es decir, inventada): el encuentro del caballero con un barco y un marinero misteriosos y sobrenaturales. Nunca el fragmentarismo (nos deja sin saber el final) resultó tan poético y abrió tantas posibilidades de interpretación de un romance... 





Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de san Juan
yendo a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar
las velas trae de seda
jarcias de oro torzal
áncoras tiene de plata
tablas de fino coral
marinero que la guía
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma
los vientos hace amainar
las aves que van volando
al mástil vienen posar
los peces que andan al fondo
arriba los hace andar.
Allí habló el infante Arnaldos
bien oiréis lo que dirá
"Por tu vida el marinero
dígasme ahora ese cantar"
Respondiole el marinero
tal respuesta le fue a dar
"Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va"

Y además... 




 
Y por último, el Romance de Abenámar y el rey Don Juan, un romance histórico, concretamente  fronterizo, que le echa imaginación y poesía a lo que ocurría en la frontera del reino de Granada, asediado por cristianos pero resistiendo como último rincón de lo que un día fuera el fastuoso rerino de Al-Ándalus. Granada aparece personificada como la amada soñada a la que el rey castellano pretende... pero ella, de momento, se declara fiel a su dueño musulmán. Y uno de los comienzos más conocidos de toda la literatura española (ya sabéis, como el !En un lugar de la Mancha", el "Con diez cañones por banda viento en popa a toda vela" o el "Volverán las oscuras golondrinas...") 





 

 "¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida:
Moro que en tal signo nace
no debe decir mentira."
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que decía:
"Yo te lo diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho,
mi madre me lo decía:
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey,
que la verdad te diría."
"Yo te agradezco, Abenámar
aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían! 
"El Alhambra era, señor,
y la otra la Mezquita;
los otros los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas cobraba al día,
y el día que no los labra,
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía."
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
"Si tú quisieses, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
a Córdoba y Sevilla."
"Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería."


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ACTIVIDAD LIM PARA CONOCER LA POESÍA DE TIPO TRADICIONAL


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